El gran Mario Vargas Llosa es humano. Supongo que a eso, y no a servidumbres propias del medio en el que publica, son atribuibles ciertas cosas.
Estamos, para variar, ante el enésimo análisis del papado de Juan Pablo II en clave política, olvidando que un Pontífice es un guía espiritual, no un Jefe de Estado en sentido estricto. Y en ese sentido, no se entiende que D. Mario diga que "(el Papa) nunca dejó de condenar con firmeza toda medida social y política que entrara en conflicto con las enseñanzas de la Iglesia, aunque se tratara de disposiciones y leyes aprobadas por gobiernos de inequívoco origen democrático, respetuosas del sistema legal vigente y apoyadas por la mayoría de la población." ¿Acaso pretende que se mantenga indiferente ante medidas que contradicen aspectos esenciales de la doctrina católica por el mero hecho de que ciertas leyes tengan legitimidad de origen? Supongo que el Sr. Vargas Llosa considerará intolerable que se critique la pena de muerte en los EE.UU., dado que es una medida netamente democrática.
Tampoco es cierto que "después del nazismo y el comunismo, otra bestia negra para Karol Wojtyla fue el liberalismo, al que denunció con severidad destemplada en sus encíclicas." El propio Vargas Llosa se confiesa no creyente, y eso le llevaría a no prestar demasiada atención a las encíclicas, pero eso no es disculpa suficiente; ya que se anima a dictar sentencias de este calado, al menos que se las lea atentamente. Juan Ramón Rallo está haciendo un trabajo excelente sobre este tema; le llegará el turno a la magnífica Sollicitudo Rei Socialis y quizás entonces Vargas Llosa se caiga del nido. Y es que Karol Wojtyla criticaba el uso que de la libertad se hacía y orientaba hacia una determinada moral, lo que es tan lógico como compatible con el liberalismo, pues éste se ocupa de ordenar derechos, no comportamientos morales. Digámoslo hasta la saciedad.
Así, el peruano realiza la inevitable referencia: "En lo relativo al sexo y a las relaciones humanas (...) retrocedería (el Papa) hacia las posiciones más tradicionales e intolerantes." Y aquí incluye desde el control de natalidad hasta la eutanasia, pasando por el celibato, la ordenación sacerdotal de mujeres o el matrimonio gay. Vamos, que también podríamos utilizar un poco de marihuana como vínculo de comunión, en vez de la tradicional hostia. ¿Por qué no? Claro que hay aspectos discutibles, como el mencionado celibato, por ejemplo, que igual que se introdujo se puede cambiar. ¿Pero es tan relevante eso para alguien que se identifica como no creyente? En todo caso, los argumentos han de ser técnicos, y no temporales o de oportunidad histórica. Desde luego, así de mano, no parece comparable la aceptación de la democracia con los matrimonios entre personas del mismo sexo.
Es curioso, por otra parte, como Vargas Llosa pasa por alto el caracter netamente liberticida de la llamada Teología de Liberación, muchos de cuyos miembros sí son ciertamente reaccionarios, llegando a colaborar directamente en gobiernos totalitarios. Parece ser que eso le perturba menos que el hecho de que un Papa condene el uso del condón.
Esto le lleva a conclusiones cuando menos sorprendentes: "Esto no dejará de tener efectos en la vida política y, acaso, en Europa, signifique una involución antiliberal parecida a la que ha tenido lugar en Estados Unidos con la irrupción de los movimientos religiosos fundamentalistas en los procesos electorales." Estamos de nuevo ante el eterno equívoco. Si la Iglesia es decisiva en cuanto a un determinado ordenamiento moral de un grupo de individuos, ¿por qué eso es una involución antiliberal? Por otra parte, ¿no sería en todo caso igual de legítimo que cualquier otro giro, si se hace de modo democrático? ¿Qué ha pasado en EE.UU., por cierto? Porque no me he enterado.
Y como es muy difícil negar lo obvio, hay que recurrir a patéticas explicaciones. "¿Cómo explicar que un Papa de sesgo tan inequívocamente antimoderno sea llorado, venerado y añorado por tantos hombres y mujeres, dentro y fuera de la Iglesia católica? Porque en el país de los ciegos, el tuerto es rey." No, admirado Mario. Creo que el motivo es mucho más simple.
Sí creo que tiene razón en que la Iglesia debe dirigirse a los fieles individualmente y no a los Estados, pero tampoco perdamos la perspectiva, puesto que es el Estado coercitivo el gran protagonista de nuestras vidas. Además, suponiendo que un Estado legislase de acuerdo a lo recomendado por la Iglesia, prohibiendo el divorcio, por ejemplo, sería tan legítimo y democrático como lo contrario, si así lo desean una mayoria de ciudadanos, ¿o no? Es lo que tiene la sacralización de la democracia, olvidando otras vías de legitimación más objetivas.
Acaba, en fin, de una manera coherente con la línea general del artículo: "El magisterio y las realizaciones de Juan Pablo II (...) me temo que hayan dejado algo maltrecha a la cultura de la libertad." ¿Por qué exactamente? ¿Por su rechazo de las ideologías totalitarias? ¿O por no ser suficientemente moderno?
domingo, 17 de abril de 2005
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