Soy Iglesia, porque estoy bautizado y confirmé posteriormente esa pertenencia voluntariamente. Durante esos años, me sentí orgulloso del Papa, siempre dispuesto a buscar a los jóvenes para darnos mensajes de esperanza: No tengáis miedo. Un Papa que doctrinalmente mostró una coherencia apabullante, y cuyos escritos, fundamentalmente las encíclicas, pero no solo, no tenían desperdicio alguno, pues en todo momento trataba de situar al hombre como protagonista de su propia vida, como ya había hecho Jesús de Nazaret. Un Papa que poseía además una capacidad de comunicación tremenda, una fortaleza contagiosa, un espíritu joven envidiable. Un Papa, en fin, que trataba de cumplir su misión, aspecto que mantuvo hasta el último momento, pues no hay mejor prédica que la realizada mediante el testimonio. No nos equivoquemos.
Hace ya un tiempo que me alejé de la Iglesia, es cierto. Pero mantuve en todo momento un respeto grande hacia la figura y la labor de Juan Pablo II. Y tras comprobar las diversas reacciones, veo que mi sentimiento es ampliamente compartido por personas de muy diversas procedencias y creencias. Porque el Papa es, en primer lugar, un referente moral y un líder espiritual para millones de personas, y eso ya de por sí merece un respeto y una consideración. Pero en este caso, además, se daban otros muchos aspectos, pues su mensaje de paz y amor es reconocido casi universalmente. Difícilmente se encontrará a alguien que suscite tanta unanimidad.
Los aspectos concretos de su papado ya han sido ampliamente comentados. Y lo que queda. Pero a mí me interesa destacar algo que a veces parece no quedar suficientemente claro: El Papa no fue, ni pretendió serlo, un líder político. Es cierto que tuvo un papel importante en la caída del comunismo, pero no por su labor política directa, sino por su influencia espiritual. Ha criticado muy duramente los totalitarismos por lo que tienen de negación del hombre y de ausencia de libertad, pues Juan Pablo II era muy consciente de que sólo las decisiones libres tienen un valor moral y, por tanto, una relevancia trascendente. Pero nunca pretendió tomar partido por una corriente de pensamiento concreta, pues no era su función. Y por ello hizo también todo lo posible por acabar con la corriente interna de la mal llamada "teología de liberación", que tiene muy poco de teológica y nada de liberadora.
Descanse en paz junto a su amado Padre, mediante la intercesión de su querida María. Él se ha ido, pero nos queda su recuerdo. Ahora, que los cardenales se dejen llevar por el soplo del Espíritu, por el bien de la Iglesia, que será el bien no sólo de sus miembros, sino de los muchos que valoramos la importancia y relevancia que esta institución milenaria tiene en nuestras vidas, de una u otra manera.
lunes, 4 de abril de 2005
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