sábado, 26 de marzo de 2005

Marxismo sobre ruedas

Quizás fuese conveniente comenzar explicando cómo está organizado el transporte de viajeros por carretera en España. Y aunque creo recordar haberlo hecho ya en un comentario a un post de Dani hace mucho tiempo, lo haré de nuevo aquí en otro momento. No tiene desperdicio. Ofrezcamos ahora simplemente algunos datos necesarios para entender lo que quiero transmitir.

ALSA (Automóviles de Luarca, S.A.) es una empresa de solera en Asturias. Yo crecí viendo de cerca cómo se desarrollaba este proyecto familiar, basado en la iniciativa, la innovación y el riesgo empresarial. Y aunque bien es cierto que como comentaba al principio este sector está mediatizado por diversas circunstancias, el hecho innegable es que nos encontramos ante la empresa más importante de transporte de viajeros por carretera en la actualidad en España, aunque muy lejos aún de otras grandes europeas.

Hace ya unos años que modernizaron su estructura empresarial, sin perder el sentido familiar que caracteriza a muchas de nuestras empresas, pero sí al menos introduciendo la necesaria profesionalización que requiere una multinacional de referencia (están muy presentes en Chile, tienen participaciones de empresas en EE.UU., fueron pioneros en su introducción en China...) Pero siguen teniendo la misma asignatura pendiente de siempre: los sindicatos.

Por ley, está permitida la subcontratación de los servicios hasta un límite, que varía dependiendo del tipo (reitero que matizaré todo esto en un futuro, y pido disculpas por no detenerme ahora en ello). Y es habitual que, cumpliendo dicha ley, muchas pequeñas empresas colaboren con ALSA en la realización de los servicios, tanto de los que poseen en régimen de concesión administrativa (las conocidas líneas o los transportes escolares públicos) como de los propios (discrecionales, o para ser más didáctico, las excursiones que se les contratan directamente, colegios privados, etc.)

Pues bien, nos encontramos dentro de esta empresa a los habituales resentidos, incapaces de crear o innovar nada, que se creen, por el mero hecho de llevar trabajando ahí varios años, que pueden tomar decisiones sobre la gestión de una empresa privada de la que no son más que empleados.

Pongamos algunos ejemplos de las habituales huelgas que estos facinerosos vienen protagonizando desde hace varios años, con el consiguiente perjuicio para los usuarios que no tienen capacidad de elección, pues en determinados servicios se opera en régimen de monopolio administrativo (aunque esto es culpa del leviatán estatal)

Así, piden que se acabe con las horas extras y se contrate a empleados nuevos para cubrir las necesidades de los servicios; se les concede, pero hete aquí que se encuentran con que sus sueldos bajan al no hacer dichas horas. Y eso es intolerable. No es eso, no es eso. Por su parte, los directivos de la empresa, optan por subcontratar los servicios masivamente, hasta el límite que la ley permite, a otras empresas. Pero éste no es el tipo de creación de empleo que ellos desean, por supuesto. Así que montamos una huelga para exigir que se acabe con los colaboradores. Y para ello se emplean las tácticas mafiosas tan conocidas y consentidas en este país, permitiendo que una manada de estalinistas siembren el terror, hasta el punto de destrozar autocares (propiedad ajena) de pequeños empresarios que arriesgan día a día su patrimonio para salir adelante (mientras crean empleo, por cierto). Para ello no se andan con rodeos: se organizan en bandas y pinchan ruedas, destrozan cristales (incluso con viajeros dentro), amenazan por teléfono... Vamos, que cuando ellos lo deciden, todo se para para evitar males mayores.

Su última hazaña, es convocar una huelga por el despido de un trabajador de la empresa; justo antes del comienzo de la misma, el individuo en cuestión llega a un acuerdo, pero la huelga sigue adelante porque... ya que estamos...

¿Cómo se aseguran de que el seguimiento sea masivo? Pues primeramente se convence a los jóvenes trabajadores de que ellos, los dinosaurios (como son conocidos internamente los que cobran un sueldazo en concepto de antigüedad y no necesitan hacer horas extras) velarán por sus intereses y saben lo que hacen. Y a continuación, se llama a los colaboradores externos, con el número oculto en unos casos, con pleno descaro en otros, para recordarles que hay huelga y que ¡¡no se puede circular!! Cuando la llamada es anónima, la amenaza es directa. En el segundo caso, el cinismo alcanza cotas surrealistas: "Le llamo del Comité de Empresa para recordarle que comienza una huelga y que puede que ciertos exaltados incontrolados no entiendan que se realicen servicios para ALSA. Si usted circula con un servicio propio, procure que quede bien claro que así es, por si acaso".

Así pues, se nos informa que el seguimiento es masivo y que no hay incidentes. Eso sí, se comentan ciertos incidentes, pero mencionando que eso lo dicen fuentes de la empresa (y todo esto un periódico que suele ser bastante neutral en sus informaciones).

Mientras tanto, por tercera noche consecutiva, unos jóvenes empresarios duermen al aire libre vigilando sus propiedades por si aparece un exaltado incontrolado.

¿Y todavía nos dicen que ciertos liberales defendemos la ley del Salvaje Oeste? ¡Qué remedio! ¿Dónde está el leviatán estatal que dice obstentar el monopolio de la violencia? ¿Se ha de consentir vivir amedrentados por cuatro marxistas que ni han leído a Marx?

Todo esto, insisto, protagonizado por unos cobardes, resentidos e ignorarantes, a los que todos les consienten todo. ¿Todos? NO. ¿Todo? NO.

miércoles, 23 de marzo de 2005

Por qué lo llaman libertad si quieren decir servidumbre

El programa de Julia Otero está rodeado de una polémica necesariamente torticera, pues son los políticos quienes pretenden decidir si merece la pena o no su emisión, y además, usando nuestro dinero para ello. En un cadena privada, todo quedaría reducido al veredicto de la audiencia y a la inevitable y legítima crítica. Obviando ahora mismo este aspecto, he de decir que he visto muchas de sus entrevistas y no pocas de ellas me han parecido ciertamente interesantes.

Hoy ha dialogado en la segunda parte de su programa con un tetrapléjico que ha dicho cosas muy razonables para luego acabar donde siempre. Veamos.

Este caballero, que al parecer ha sufrido una lesión hace años mucho más grave que la de Sampedro, se ha recuperedo considerablemente gracias a una fuerte y consistente rehabilitación, y se siente muy molesto por el mensaje pesimista que constantemente transmitía Sampedro. Aquí estamos ante una cuestión moral sobre la propia vida, y de hecho, yo coincido plenamente con él, aunque no sé lo que haría ni sentiría llegado el momento.

Pero no entra de lleno en el aspecto esencial de todo este asunto: Él (y yo) aprecia(mos) mucho la vida, pero Sampedro había decidido sobre la suya (por los motivos que sean, pues ahora hablamos de derechos) y tuvo que luchar contra una legalidad que pretende legitimar una moral determinada. Hagamos proselitismo sobre la propia moral, pero respetemos la decisión libre del que tiene otra. Y respetar no es manifestarlo verbalmente, sino luchar porque el puñetero Estado deje de custodiar lo que no le pertenece en absoluto.

Obviamente, se hizo la inevitable referencia a Mar Adentro. Le gustó la película, pero le molesta que no se muestre una visión contraria, aquélla en la que el protagonista lucha por salir adelante. Dejando al margen que me parece absolutamente falso que la famosa película muestre la historia de un cobarde, antes al contrario, estoy de acuerdo en que los debates se pervierten cuando todo se mezcla. Pero es que el propio protagonista de la entrevista lo hace sin cesar. ¿Por qué se queja de la imagen que se da de los que él llama diferentes, como si hubiese dos individuos iguales? ¿Por qué culpabiliza del pesimismo de Sampedro a colectividades como los medios de comunicación, la sociedad...? ¿Acaso él mismo no es la prueba de que se pueden tener dos respuestas antagónicas viviendo en la misma sociedad y con los mismos medios?

Llegados a este punto, hace un llamamiento enérgico, con el que no puedo estar más de acuerdo, en pro de la libertad de decisión. Incluso matiza un poco más y opina que el testamente vital, libremente adoptado, debería ser el hilo conductor. Bien.

Pero a continuación, vuelve al tema moral y al análisis subjetivo de las razones que llevan a alguien a desear morir. Según nuestro protagonista, es lógico que Sampedro adopte esa actitud, pues la familia no tiene por qué ocuparse de él; debe hacerlo ¡¡el Estado!! Y si no lo hace adecuadamente, como de hecho él manifiesta que pasa actualmente, ocurren cosas como la de Sampedro. Esto es inaudito.

Desde luego nadie tiene derecho a ser ayudado, porque eso implica necesariamente el deber de otro a ayudarle, y eso nos lleva a ejercer la coerción, lo que elimina cualquier atisbo de libertad. Pero si un familiar no tiene por qué hacerse cargo, ¿bajo que argumento (incluso moral) apelamos al Estado? Pues sacamos a relucir la manida igualdad de oportunidades y el recurrente Estado benefactor y el llamamiento a la libertad queda en nada. Ya no es derecho a elegir, sino derecho a vivir dignamente, y para ello nada mejor que la subvención con dinero ajeno mientras los familiares quedan liberados legal y moralmente.

En fin, apelamos a la libertad del ser humano pero se la negamos de facto pretendiendo presentar al Estado como dispensador y garante de ella. Al menos no se le podrá negar coherencia ideológica, habida cuenta de que se presenta como marxista.

Por lo demás, Julia Otero en su línea. Indagó sobre los motivos de su entrevistado para desear vivir tan fervientemente, esperando encontrar el asunto religioso. Pero como éste se declaró ateo, todo quedó aclarado. Quizás se sintió un poco decepcionada cuando no quiso entrar al trapo criticando a Bush por el asunto de allá, eso sí. Un Bush, por cierto, muy aficionado también a imponer su moralidad utilizando los resortes estatales.

viernes, 11 de marzo de 2005

Un año después...

Hechos como los acontecidos hace un año dejan huella de por vida. Casi todo el mundo recordará dónde estaba y qué hacía cuando se enteró de lo que realmente estaba sucediendo. No es exactamente mi caso, pues se me entremezcla todo. Por el contrario, recuerdo al detalle todo lo que estaba haciendo cuando en directo vi caerse las Torres Gemelas. Pero las situaciones personales son vitales en estos casos, y ambos hechos ocurrieron en momentos muy distintos de mi vida.

No hacía ni un mes que había comenzado con una nueva aventura empresarial y esa mañana me desperté (con la voz de Federico Jiménez Losantos) tan nervioso y agitado como las anteriores, deseoso de ponerme en marcha. En algún momento, por la radio comentaron que una bomba había estallado en Atocha, pero todo era aún confuso. Como desgraciadamente este tipo de aberraciones son muy comunes en España y supongo que, en cierta manera, uno acaba acostumbrándose aunque intente no perder la capacidad de sorpresa, me vino a la mente lo habitual: “Esperemos que sólo sean daños materiales. ¡Malditos miserables!”

Luego, ya en el coche, llegaron los primeros datos sobre fallecidos, aunque sin una información muy clara aún. Sí recuerdo el testimonio en directo de Lucía Méndez, colaboradora de la COPE y periodista de El Mundo, que hablaba confusamente desde el piso de una vecina.

Una vez sentado en la oficina, seguí escuchando la radio a través de la página web. Según pasaban las horas, iba apartando mi mente del trabajo pues el nudo en el estómago se acrecentaba sin parar. Aún así, creo recordar que no bajé a la cafetería hasta la hora de comer, momento en el que por primera vez vi las imágenes. Nada fue igual ya. Y es que no hay nada como la información que uno recibe a través de la vista. Los comentarios de la gente eran los habituales, incrementados por la magnitud de los hechos, pero en la misma dirección. Yo opté por el silencio en todo momento; ni siquiera con mis compañeros hablé del tema, pues la angustia es el único sentimiento que consigue enmudecerme.

Por la tarde, sin dejar de oír la radio, seguí trabajando en la medida de lo posible. Recordaba que un mes antes, yo recorría diariamente el trayecto Las Rozas – Príncipe Pío en tren, para ir a trabajar en mi breve estancia en Madrid. No afectó a esa línea como más tarde averigüé, pero supongo que eso me hacía sentir una identificación aún mayor, pues me venía a la mente sin parar ese tránsito diario.

Ya por la noche, me senté apresuradamente en el sofá de casa, con los ojos puestos fijamente en el televisor. Mis padres me preguntaban, comentaban entre sí… Pero yo necesitaba desahogarme en soledad y echar fuera las lágrimas que había contenido durante todo el día. Fue uno de los momentos más angustiosos de mi vida, sin duda alguna. Esos minutos no los podré olvidar nunca. Y el inmenso odio que entonces sentí, aún anida dentro de mí. Lo que no sabía entonces era que se acrecentaría, pero eso es otra historia.

El día después (un día de mucho más de 24 horas) ya nada fue igual. Se percibía en la cara de las gentes mucha tristeza, mucha angustia, mucha incertidumbre, mucho desprecio… y mucha impotencia. Y llegó la multitudinaria manifestación, que miles de asturianos aguantamos bajo una inclemente lluvia. Otro momento que nunca se borrará de la mente.

Para qué engañarse; es reconfortante sentirse tan arropado, comprobar como muchos conciudadanos comparten tus sentimientos. Eso ayuda a que la esperanza aumente, y esa sensación es lo único que hace que uno pueda seguir adelante sin perder los nervios definitivamente.

Claro que yo aún no me había enterado de lo otro. De cómo otros seres humanos son capaces de utilizar todos estos hechos en beneficio propio. De cómo se comercia con los muertos aún calientes. De cómo se alcanza el estado más miserable de la condición humana, pues quienes lo hacen no son bazofia terrorista, sino individuos que pontifican a diario sobre derechos humanos, sobre solidaridad, sobre democracia, sobre libertad… ¿Podrán dormir tranquilos? Seguro que sí. Vuelta a la desesperanza.

martes, 8 de marzo de 2005

Punto de Fuga

Lo modera una señorita (o señora, lo desconozco) que no siempre puede ocultar su sectarismo tras el flirteo que se trae con la cámara que, al menos en mi caso, produce un efecto casi hipnótico. No en vano, Mamen Mendizábal es redactora del programa estrella de la emisora de radio que más y mejor inventa noticias, eso sí, desde la más exquisita independencia, garantizada por la presencia totalizadora de ese prohombre del periodismo imparcial que es Iñaki Gabilondo. También presenta y dirije otro programa, cuyo nombre curiosamente me recuerda lo que me ocurre a mí* cada vez que veo más de 59 Segundos seguidos el debate de marras.

Debate que se emite en una cadena de televisión caracterizada por perder a la vez millones de euros y de espectadores, mientras los segundos pagan obligatoriamente los primeros.

* Hoy acuden los políticos a tratar de explicar lo miserable que ha sido en general su comportamiento en la famosa Comisión Parlamentaria de Investigación del 11-M. En realidad, ellos no lo reconocen así, pero no tiene más vueltas, aunque sí algunos matices importantes.

Y es que no deja de ser curioso que los partidos políticos que tanto hicieron por tratar de manipular los sentimientos de los ciudadanos tras el luctuoso suceso del que pronto se cumplirá un año, ahora pretendan zanjar sin más el asunto, tras vetar innumerables comparecencias en el Parlamento y cuando quedan muchos interrogantes por despejar. Mientras que el partido que sustentaba al Gobierno que supuestamente mintió, se queda solo clamando por el esclarecimiento total de los hechos. Y esto es así le pese a quien le pese.

Pero lo que ya resulta vomitivo es escuchar a mi paisano Álvaro Cuesta apelar a las víctimas para ello. A unas más que a otras, porque para él sólo existe una asociación. Quizás porque unas están menos dispuestas que otras a caer en la ignominia, a ser parte del miserable juego político, a ser utilizadas para llegar al poder. Quizás digo. No lo sé.

Y soy tan duro y directo en esto, porque me ha tocado directamente sufrir el talante manipulador de esta caterva de impresentables. Porque estoy harto de que no se individualice el sufrimiento. Porque además, los ciudadanos (todos y cada uno) tenemos derecho a saber qué ocurrió de verdad y a que se articulen las medidas necesarias para que esto no vuelva a ocurrir, seamos víctimas directas o no.

Pero como no nos encomendemos al de siempre, lo llevamos claro.

martes, 1 de marzo de 2005

Talento

Los análisis de los paniaguados y los burócratas causan auténtico espanto. Suponiendo que el Óscar recibido por Mar Adentro refleje el talento de alguien, será el de Amenábar, no el de toda una colectividad que nada tiene que ver con esa película. El premio no fue para España, tal y como Gwynet Paltrow gritó en directo, sino para el cineasta (y sus ignorantes productores, entre los que me encuentro muy a mi pesar.)

Si es tan bueno, y yo no lo dudo, que se busque la financiación para su próxima película sin recurrir a mi dinero. O que me pregunte antes al menos, que quizás le sorprenda.

Por cierto, para talento el del maestro Eastwood. Menuda película la de la chica del millón de pavos. Buff.

España como ejemplo

La profundidad jurídica en los análisis del Fiscal General de Estado es apabullante. Su sinceridad reconociendo sus servidumbres, digna de encomio. Y Astarloa no necesita leer buenos libros para caerse del guindo.

Por cierto, para una futura edición, Benson debería tener en cuenta que España es una mina.

Usando a Tussell

Disiento de Javier Neira en aspectos fundamentales, tales como la eutanasia, o en asuntos de menor calado, como pueden ser apreciaciones puntuales sobre asuntos de actualidad (Mar Adentro me parece una gran película, que muestra lo doloroso que es vivir y amar en ocasiones, como para encima tener enfrente al odioso ogro filantrópico.) Pero este gran periodista hace gala a diario de honestidad y coherencia, y estos valores no abundan por estos bellos pagos astures.

Valga de ejemplo la columna de hoy de Luis Arias Argüelles-Meres dedicada al recientemente fallecido Tussell. No es en absoluto un análisis profundo de la obra del historiador, pues D. Luis da sobradas muestras a diario de desconocer por completo la historia reciente de España (aunque presuma de ser un conocedor profundo del azañismo, no va más allá del mero babeo por el siniestro cuñado de Rivas Cherif.) Sencillamente lo usa para dar estopa a diestra (que no a siniestra), sin tener ni siquiera la valentía de nombrar a sus demonios particulares.

Lo curioso del asunto es que defiende al historiador como divulgador y reconoce que no ha aportado nada a la historiografía, pero le parecen "curiosas" las polémicas (se metía en todas) que le rodeaban.

Otros sí han aportado datos ateniéndose a las fuentes y manifiestan una encomiable labor divulgativa. ¿Merecerán al menos los mismos elogios? Ah, claro. Es que éstos últimos han evolucionado desde la izquierda a la derecha; suficiente motivo para dormir el sueño de los justos.

Así quieren contarnos la historia algunos.