Hechos como los acontecidos hace un año dejan huella de por vida. Casi todo el mundo recordará dónde estaba y qué hacía cuando se enteró de lo que realmente estaba sucediendo. No es exactamente mi caso, pues se me entremezcla todo. Por el contrario, recuerdo al detalle todo lo que estaba haciendo cuando en directo vi caerse las Torres Gemelas. Pero las situaciones personales son vitales en estos casos, y ambos hechos ocurrieron en momentos muy distintos de mi vida.
No hacía ni un mes que había comenzado con una nueva aventura empresarial y esa mañana me desperté (con la voz de Federico Jiménez Losantos) tan nervioso y agitado como las anteriores, deseoso de ponerme en marcha. En algún momento, por la radio comentaron que una bomba había estallado en Atocha, pero todo era aún confuso. Como desgraciadamente este tipo de aberraciones son muy comunes en España y supongo que, en cierta manera, uno acaba acostumbrándose aunque intente no perder la capacidad de sorpresa, me vino a la mente lo habitual: “Esperemos que sólo sean daños materiales. ¡Malditos miserables!”
Luego, ya en el coche, llegaron los primeros datos sobre fallecidos, aunque sin una información muy clara aún. Sí recuerdo el testimonio en directo de Lucía Méndez, colaboradora de la COPE y periodista de El Mundo, que hablaba confusamente desde el piso de una vecina.
Una vez sentado en la oficina, seguí escuchando la radio a través de la página web. Según pasaban las horas, iba apartando mi mente del trabajo pues el nudo en el estómago se acrecentaba sin parar. Aún así, creo recordar que no bajé a la cafetería hasta la hora de comer, momento en el que por primera vez vi las imágenes. Nada fue igual ya. Y es que no hay nada como la información que uno recibe a través de la vista. Los comentarios de la gente eran los habituales, incrementados por la magnitud de los hechos, pero en la misma dirección. Yo opté por el silencio en todo momento; ni siquiera con mis compañeros hablé del tema, pues la angustia es el único sentimiento que consigue enmudecerme.
Por la tarde, sin dejar de oír la radio, seguí trabajando en la medida de lo posible. Recordaba que un mes antes, yo recorría diariamente el trayecto Las Rozas – Príncipe Pío en tren, para ir a trabajar en mi breve estancia en Madrid. No afectó a esa línea como más tarde averigüé, pero supongo que eso me hacía sentir una identificación aún mayor, pues me venía a la mente sin parar ese tránsito diario.
Ya por la noche, me senté apresuradamente en el sofá de casa, con los ojos puestos fijamente en el televisor. Mis padres me preguntaban, comentaban entre sí… Pero yo necesitaba desahogarme en soledad y echar fuera las lágrimas que había contenido durante todo el día. Fue uno de los momentos más angustiosos de mi vida, sin duda alguna. Esos minutos no los podré olvidar nunca. Y el inmenso odio que entonces sentí, aún anida dentro de mí. Lo que no sabía entonces era que se acrecentaría, pero eso es otra historia.
El día después (un día de mucho más de 24 horas) ya nada fue igual. Se percibía en la cara de las gentes mucha tristeza, mucha angustia, mucha incertidumbre, mucho desprecio… y mucha impotencia. Y llegó la multitudinaria manifestación, que miles de asturianos aguantamos bajo una inclemente lluvia. Otro momento que nunca se borrará de la mente.
Para qué engañarse; es reconfortante sentirse tan arropado, comprobar como muchos conciudadanos comparten tus sentimientos. Eso ayuda a que la esperanza aumente, y esa sensación es lo único que hace que uno pueda seguir adelante sin perder los nervios definitivamente.
Claro que yo aún no me había enterado de lo otro. De cómo otros seres humanos son capaces de utilizar todos estos hechos en beneficio propio. De cómo se comercia con los muertos aún calientes. De cómo se alcanza el estado más miserable de la condición humana, pues quienes lo hacen no son bazofia terrorista, sino individuos que pontifican a diario sobre derechos humanos, sobre solidaridad, sobre democracia, sobre libertad… ¿Podrán dormir tranquilos? Seguro que sí. Vuelta a la desesperanza.
viernes, 11 de marzo de 2005
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