viernes, 17 de junio de 2005

Contra la manifestación

En relación con lo recién comentado, dice el Manifiesto: La familia sí importa que “El Gobierno español promueve iniciativas que atentan contra los fundamentos de la familia”. Sinceramente, no estoy en absoluto de acuerdo.

Que se cometa el grave error mencionado, no va en absoluto en menoscabo de la familia tradicional. ¿Por qué habría de ser así? Esas uniones ya existían, simplemente no estaban reconocidas legalmente. La sociedad no se ha desestructurado por ello durante este tiempo y, en todo caso, de haber ocurrido, sería fruto de una evolución social de los propios individuos y no de una ley aprobada por sus sectarios señorías.

Del mismo modo, es un error pretender que la familia tradicional ha sobrevivido hasta hoy por el mero hecho de estar “protegida” por los poderes públicos. Somos los individuos los que tomamos las decisiones sin necesidad de amparos positivistas.

Respecto a la adopción, es cierto que es el niño el que tiene el derecho a ser adoptado. Pero precisamente por eso, limitarlo mediante la condición de que sea un hombre y una mujer es caprichoso y devalúa completamente ese pretendido derecho. Sin mencionar que es falso que hoy día sea imprescindible esa condición tampoco, pues se permite la adopción por una sola persona.

No es tampoco función del Gobierno banalizar o priorizar nada. Si hay una ley que permite el divorcio, se usa o no se usa; nadie está obligado a ello. Y el hecho de que se critique la unilateralidad que permite la nueva ley, me parece francamente escandaloso. Lo criticable es que aún así haya que esperar tres meses para romper voluntariamente un acuerdo, salvo que se defiendan los contratos de esclavitud voluntaria. ¿Por qué dos personas no pueden acordar firmar un acuerdo cuya resolución sea unilateral y sin motivación objetiva? Pero tampoco conviene detenerse mucho en esto, pues es consecuencia de la previa existencia del “matrimonio público”. Sin lo uno, no sería necesario lo otro.

Con todo, lo más grave viene luego. Y es que si esta manifestación fuese para mostrar el apoyo a una determinada forma de entender la vida en familia, probablemente hasta me sumaría, pues comparto la importancia de esa institución milenaria en la formación de unos comportamientos pautados que hacen posible la vida en libertad. Pero lo que así se hace es levantar la voz pidiendo intervención al Gobierno. Y eso no.

Porque lo importante no es tanto lo que los ungidos pretendan hacer desde su posición de fuerza, si no el mero hecho de que puedan hacerlo. Pidamos libertad para vivir en paz, cada cual según su moral y según los principios básicos de respeto a la vida, la libertad y la propiedad. Pero si pedimos que el Estado intervenga en una dirección moral determinada, perdemos todo punto de legitimidad.

También sería conveniente que algunos entendieran que no tienen derecho alguno a reclamar igualdad de trato en una cadena privada de televisión. Critiquen lo que quieran, que ello no significará estar en contra de la libertad de expresión, como los de siempre dirán, pero hay que tener claros los límites.

Aún así, sólo faltaba, tienen todo el derecho a expresarse libremente, aunque sea para pedir medidas que son ilegítimas a mi parecer. Y que desde sectores que defendieron manifestaciones no autorizadas (recordemos que, por desgracia, las calles son públicas y hace falta autorización administrativa) y, por tanto, ilegales, en las que se agredió a personas y propiedades ajenas sin rubor alguno, se pretenda deslegitimar ese derecho, es ciertamente vomitivo.

Por otra parte, los convocantes son conocidos y el PP no está entre ellos. Pero aunque así fuese, también podría hacerlo. Nuevamente en este caso, que la crítica venga de partidos políticos cuyas preferencias siempre estuvieron en las algaradas antes que en el Parlamento, es de un cinismo atroz. Por mi parte, el apoyo del PP como partido político (sus miembros son libres de hacer a título individual lo que les venga en gana, o así debería ser) me parece erróneo, aunque ciertamente revelador de su tendencia no-liberal, con propensiones a la coerción moral.

También será divertido ver la reacción de los teóricos del pueblo que habla y se mueve. Y es que para algunos, cuando el pueblo se manifiesta en la dirección opuesta a la suya, es que simplemente está equivocado, manipulado o en la ignorancia. Pues prueben ahora su propia medicina con dignidad. No deja de ser curioso ver los papeles cambiados: la derecha en la calle y la izquierda defendiendo el orden establecido.

Para finalizar, me gustaría comentar algo de la postura oficial de la Iglesia española. Tienen el derecho, y si me apuran el deber, de mostrar su concepción moral, de ejercer el proselitismo, de manifestarse o gritar desde los púlpitos para ello. Pero es grave, insisto, apelar al Estado para que mediante actos liberticidas les ayude en la labor.

Bien es cierto, que vivimos en una democracia parlamentaria, donde las mayorías son definitorias. Los que están tan a gusto en semejante orden de cosas, deberían tener presente, así sea por mera coherencia, que la Iglesia es un referente moral de muchos ciudadanos y que goza de una representatividad efectiva (mayor que los poderosos sindicatos, por ejemplo, a los que sí se tiene en cuenta; será por aquello de sus métodos de persuasión).

En fin, quizás ahora que la cosa se mueve, sea el momento de manifestarse por cosas realmente importantes, tales como la rebelión fiscal. Eso sí es un robo en toda regla que no se debiera consentir.

Contra el matrimonio gay

Regular las uniones homosexuales como si de un matrimonio tradicional se tratara es profundamente antiliberal, además de una considerable sandez, sólo explicable por el afán provocador del Sr. Rodríguez, que bajo un manto de talante y diálogo, esconde un sectarismo atroz.

Es antiliberal porque amplia la intervención estatal en vez de disminuirla. Efectivamente, las uniones entre personas son hechos privados que en nada competen al Estado. No tiene sentido alguno que la institución del matrimonio tenga que ser sancionada administrativamente, ni siquiera bajo la disculpa de la protección. Y esto es así porque si el matrimonio tradicional, y por extensión la familia, han ido desarrollándose hasta nuestros días, siendo una fuente de estabilidad social indudable, nada tiene que ver en ello la manida protección de los poderes públicos. Son los propios individuos los que han de decidir, a través de la libre interacción, qué instituciones permanecen, desaparecen o evolucionan. Como tampoco le compete al Estado cuándo esas uniones han llegado a su fin (divorcio o separación).

De hecho, son muy heterogéneas los tipos de uniones existentes hoy en día, entre las que están incluidas las parejas del mismo sexo, sin necesidad de que estén regladas. Parece ser que, probablemente con la mejor intención, no nos damos cuenta de que iniciamos un camino en el que debemos tener el consentimiento del Estado para cosas que llevamos haciendo muchos años. ¿Y eso por qué? ¿No estamos concediéndole una legitimidad al ente predatorio por excelencia de la que debiera carecer para nosotros? La única apelación a los poderes públicos debiera ser para que el matrimonio actual dejara de ser “protegido”, nunca para ampliarlo aún más. Será ciertamente curioso ver a las parejas homosexuales luchando para poder separarse libremente. Doscientos años después, ciertos españolitos siguen con su particular ¡Viva las cadenas! Por lo demás, ¿cuánto costará a mi bolsillo todo esto?

Tampoco me parece justificable el argumento del mientras tanto. Y es que se suele argüir para defender esta medida legislativa, que mientras conseguimos que el Estado se aparte de todo tipo de uniones, al menos igualemos a los homosexuales. ¿Igualar en lo negativo? Curiosa manera de luchar por la libertad. ¿Y por qué no la poligamia o la poliandria? ¿Entonces sí apelamos a conceptos morales, a la tradición, etc,? Muy poca gente entra en este asunto, porque de inmediato se encuentra ante una contradicción flagrante.

Decía que además me parecía todo esto una sandez. Y ello porque se ha abierto un debate moral sobre los tipos de relaciones absolutamente contraproducente y ya muy superado. Es decir, lo que era de forma natural un hecho asimilado, se está convirtiendo en una batalla. Y todo por la habitual obsesión de ciertos grupos de presión empeñados en buscar la bronca social constantemente, en este caso intentando acceder a una institución, la matrimonial, que siempre aborrecieron. ¿Qué necesidad había de llamarlo precisamente matrimonio, si lo que se perseguían eran unos meros derechos positivos?

Que no me hablen de homofobia pues. Primero, porque si de legalidad hablamos, no había problema alguno. Cada uno podía, y puede, acostarse con quien quiera mientras se cumplan los criterios de edad y consentimiento. Sin embargo, la poligamia o la poliandria que antes mencionaba, son prácticas incomprensiblemente prohibidas y eso sí merecería un clamor, por lo que tiene de liberticida y moralizador que mediante la coerción estatal se dictamine lo que es lícito y no lo es en el ámbito de las relaciones privadas. Pero eso no interesa, con lo que se aprecia el amor por la libertad de algunos (muchos) personajes a los que se les llena la boca constantemente.

Segundo, porque no ver oportuno la institucionalización de esas relaciones no quiere decir en absoluto que no se respeten como hemos visto. Sencillamente se trata de dar a cada cosa el nombre y el tratamiento que le corresponde, sin que por ello se vea afectada la igualdad jurídica ni la libertad personal. Amén de que ciertas pretensiones igualitaristas no son más que profundizaciones en el error intervencionista.

Ahora bien. ¿Y la famosa manifestación?

viernes, 3 de junio de 2005

Existencia, ausencia

Duelen mucho más algunas existencias que ciertas ausencias.

FJL en Oviedo

Mi amigo y yo nos sentamos lo más cerca que podemos del escenario, teniendo en cuenta también que se pueda ver claramente la mesa donde se colocarán los protagonistas, aunque es uno en especial quien realmente nos importa.

No tarda en salir, solo, con pasos acelerados. Viste un traje veraniego, camisa oscura, sin corbata. Todo muy abundante, magnificado quizás por su pequeñez física que contrapone a su grandeza moral. Tímidamente, de soslayo, nos saluda como respuesta al estruendoso aplauso que le recibe.

Estamos en Oviedo, en la Sala Principal del Auditorio Príncipe Felipe, tras una noche corta y un desayuno frugal; pero merecía ciertamente la pena para ver directamente a quien ha sido el causante principal de mi pasión por la libertad. Hace ya tantos años… Atrás quedan las cartas que le escribía a Pedro J. en el año 96 pidiendo la incorporación de este genial individuo al periódico que yo compraba diariamente. Era una cuestión lógica: así me ahorraba comprar también el ABC, pues sólo por sus Comentarios Liberales llegaba a mi mano.

Lo del amigo que hoy me acompaña también tiene miga. Un joven izquierdista en su momento (ya saben, la enfermedad más habitual a cierta edad), pero recuperado para la causa tras innumerables discusiones. Tan sólo queda pendiente arrebatarle de las garras neoclásicas, pero todo se andará.

El público es muy variado. Desde jubilados hasta jóvenes estudiantes, niños más bien, a los que alguien pregunta tras de mí si están haciendo novillos; universitarios, jóvenes y no tan jóvenes empresarios; individuos sin más, que han madrugado para estar allí un rato antes de incorporarse al trabajo.… Y numerosa, muy numerosa la concurrencia.

Tras él, salen los contertulios del día y las periodistas que le acompañan diariamente. Y comienza el espectáculo. Se desenvuelve con soltura, teniendo en cuenta que muchos no le conceden ni tan siquiera la profesión de periodista. Pinchan en duro, pues con mucho atino sostiene que las facultades de Ciencias de la Información son una pérdida absoluta de tiempo.

Se les nota a todos a gusto; se lo pasan bien. Nosotros también. Me sorprende que se pueda hacer un programa de radio en directo con tanto público sin que nadie lo controle todo; espontáneamente (somos liberales, ¿no?) un silencio sepulcral se produce en cuento se acaba la publicidad y ellos se ponen los cascos.

Transmite vitalidad aunque apenas se le perciba físicamente tras el micrófono. Comunica porque no calla lo que el común piensa en muchas ocasiones. Hoy, por ejemplo, hemos conocido a la Delegada de la AVT en Asturias, una mujer a la que el Grapo le arrebató a su esposo, hace ya demasiados años, que consigue emocionarnos a todos con su testimomio cargado de sensatez y sentido común.

Su empatía es su virtud y la causa principal de que muchos pretendan enterrarle, no sé si sólo profesionalmente. Es una de las pocas gotas de agua en el desierto comunicativo actual, pero él acapara el odio de los liberticidas como ningún otro antes. En efecto, en un alarde de perversión tremendo, le achacan a él la causa de una crispación que no es más que producto de su brutal y ciego odio a la libertad.

Uno puede comprender que eso les pase a los progres de toda condición. Al fin y al cabo, les quita la careta diariamente, tantas veces como vuelven a ponérsela. Pero no concibo lo de ciertos liberales, empeñados en tildar de ultra, de facha, de neonazi, a quien es el culpable directo de que hoy se hable de liberalismo en España de nuevo.

Es cierto que su estilo ha cambiado, pero sigue cumpliendo una labor encomiable dentro de la necesaria división del trabajo. Muchos otros han cogido su testigo, mientras él batalla desde las ondas en una batalla desigual, tanto por efectivos como por métodos.

Se equivocan los expertos agitadores gramscianos esta vez. Yo he redescubierto de nuevo a este hombre precisamente por reacción ante tanta mala baba. Que sigan así.

Mientras tanto, hoy, en Oviedo, he disfrutado de la presencia de Federico Jiménez Losantos, maestro liberal. Es conveniente no perder la memoria.