martes, 27 de septiembre de 2005

El triunfo de un luchador (De fines y medios)

El domingo veinticinco de septiembre de dos mil cinco quedará grabado en mi memoria por siempre. Ese día, como saben ya millones de personas, un asturiano llamado Fernando “el guaje” Alonso se proclamó campeón mundial de Fórmula Uno.

En sí mismo no es un hecho tan importante; muchos otros le precedieron. Pero sí se han dado circunstancias que lo hacen especialmente relevante. La más objetiva es el nuevo récord alcanzado: El más joven en conseguir el campeonato mundial. Por no mencionar lo que cualquier aficionado a este deporte sabe muy bien: Es tremendamente difícil alcanzar ese premio, incluso en circunstancias mucho más favorables que las vividas por el campeón español, algunas de las cuales comentaré más adelante, pues son la base de esta reflexión.

Hay, además, otras razones de índole más sentimental. Yo soy español y asturiano. Esto, que resulta una obviedad, para muchos otros individuos de mi misma condición no lo es tanto. Allá cada cual con sus paranoias. Pero además, así me siento y así lo muestro, sin por ello caer en contradicción alguna con el pensamiento liberal, por cierto. Aclaro esto porque detecto una tendencia equivocada a equiparar liberalismo con una especie de individualismo vital; y el hecho de abogar por la limitación (o incluso total eliminación) de la coacción estatal sobre los individuos, y por la inviolabilidad del derecho a la vida y a la propiedad privada, pues eso es básicamente el liberalismo a mi modesto entender, nada tiene que ver con las opciones libres, plenamente legítimas, y sentirse identificado con un colectivo determinado lo es. Aunque tenga unos tintes más folclóricos que identitarios.

Pues bien, el Nano también suele hacer gala de su españolidad y de su asturianía , sin necesidad de mentir diciendo que le gusta la sidra o la fabada. Esto molesta a los colectivistas de toda condición, que sólo atienden a consignas, y el mero hecho de verles rabiar me resulta gratificante, qué carajo. Pero sobre todo, me hace sentirme orgulloso de los éxitos de un paisano. Éxito especialmente reseñable por los medios utilizados para alcanzarlo, como veremos.

Respecto a la locura general que este genial piloto ha provocado en nuestro país, habría que detenerse en razones que prefiero dejar para los psicólogos y los sociólogos. Simplemente, me confieso parte de ese millonario grupo que literalmente se emociona con cada giro de volante del asturiano. A pesar de la auténtica tensión que me provoca (o quizás por ello), ese rato dominical de puro ocio consigue aislarme de otras cuestiones que me causan dolor de cabeza. Sólo estamos el RS25, Fernando y yo. Si a esto añadimos la cita anual de Montmeló, el paroxismo puede alcanzar cotas ciertamente elevadas.

Pero quiero centrarme ya en el verdadero motivo de estas líneas, que no es otro que resaltar una vez más un hecho que curiosamente ha provocado las mayores críticas hacia Alonso. Y es que no duda en dejar claro en todo momento que nada debe a los burócratas y que por ello no soporta su innata capacidad para salir en todas las fotos. Muchos son los que ven soberbia y resentimiento en estas declaraciones, cuando lo que verdaderamente reflejan son sinceridad, valentía, orgullo y una tremenda seguridad en sí mismo.

No hay tal soberbia, porque no menosprecia a los demás a pesar de no haber tenido sus facilidades, y sus palabras siempre han sido pausadas aunque meridianamente claras. No es una persona excesivamente pasional, que actúe por calentones momentáneos.

Tampoco hay resentimiento, al menos en el sentido que se pretende, pues su enfado no es por no haber recibido una ayuda que en este país, y muy especialmente en esta región, recibe casi cualquiera con solo pedirla en el sitio adecuado. Lo que le cabrea, lo que le hace resentirse, es que quienes le ignoraron en sus inicios ahora acudan raudos a ponerse medallas. No es justo. Y hace bien en denunciarlo.

Tan cenutrios son algunos que incluso en estos momentos perjudican más que benefician. En vez de cumplir los acuerdos y la palabra dada, se intenta poner en un brete al Nano mientras se contratan anuncios faraónicos en la prensa pagados con nuestro dinero con los que pretenden mostrar un apoyo y unas felicitaciones tan innecesarias como insultantes; lo uno porque ya lo hacemos individualmente sus seguidores y lo otro porque si (afortunadamente) no se hizo entonces, no tiene sentido tampoco ahora. Todo sea por desviar la atención, verdadera especialidad de cualquier político que se precie. Pero no cuela: Si Fernando Alonso no sale al balcón, Sr. De Lorenzo, usted sabe bien que es por culpa de su falta de discreción, incompatible con el populismo del que siempre hace gala. Y como esta vez se ha encontrado con un tipo serio, no puede haber entendimiento. Esperemos que aún tenga arreglo.

Ni soberbia ni resentimiento, pues. Por el contrario, decíamos, lo que Alonso demuestra con todo esto es sinceridad, valentía, orgullo y seguridad.

Sinceridad porque dice lo que siente sin importarle las consecuencias. Gran parte de los ingresos que reciben este tipo de deportistas, proviene de la publicidad. Y tener una imagen arisca (a eso lleva la sinceridad, no nos engañemos) puede perjudicarle en ese sentido.

Valentía porque los burócratas tienen el poder y lo ejercen mediante el monopolio de la violencia. Dicho claramente, nunca sale gratis enfrentarse a quienes constituyen eso llamado Estado, cuyos funciones naturales (de tenerlas) han sido ampliamente pervertidas.

Orgullo porque es muy consciente de que ha perseguido sus fines utilizando unos medios moralmente intachables. Como dije ya hace casi dos años en otro comentario publicado en La Nueva España (cuyo original autografiado por Alonso guardo celosamente), la ambición, la esperanza, el afán de superación, el trabajo, la constancia, son aspectos reseñables de su carácter, y de todos ellos hay abundantes ejemplos en su biografía.

Y todo ello, unido a una enorme confianza en sí mismo, ha hecho posible la consecución de un fin largamente perseguido. Que los medios hayan sido estos, no hace sino dotar a su hazaña de más relevancia si cabe, dándole un toque ético ciertamente necesario. Y aunque siempre habrá quien no vea más que “mentiras míticas” en todo esto (supongo que de alguna manera tendrán algunos que justificar su mediocridad), yo más bien lo considero una prueba de la eficiencia de lo correcto.

No conviene olvidar tampoco el papel fundamental que la familia del piloto ha desempañado en toda esta historia. Este suplemento especial de La Nueva España (el periódico que más y mejor información ofrece sobre todo lo relacionado con Alonso) es de obligada lectura para hacerse una idea adecuada de todo esto, por lo que tampoco entraré en detalles concretos.

Así pues, parece bastante lógico que Fernando Alonso oriente sus agradecimientos hacia quienes realmente son partícipes de su éxito. Que esto siente mal, forma parte ya del paisanaje, como magistralmente nos cuenta Javier Neira . Además, no se olvidó el piloto de nosotros, sus seguidores, sin los que este circo no sería viable. Conviene insistir en esto, pues sus palabras tenían claros destinatarios.

En cualquier caso, que nadie se equivoque: La victoria es suya, no de una ciudad, Sr. D. Gabino de Lorenzo; ni de una región, Sr. D. Vicente Álvarez Areces; ni de un país, Sr. Rodríguez, Sr. Borbón; ni mucho menos del automovilismo español, cuyos mandamases, comoquiera que se llamen, nunca se preocuparon tampoco de él. ¡Menuda caterva de cínicos! Que él, Fernando Alonso Díaz, la administre como desee.

Si además su denuncia sirve para poner en el centro del debate todos estos valores, y así los que vienen detrás y suelen tomar como referentes morales a sus ídolos imiten estas loables actitudes, miel sobre hojuelas. Yo intentaré hacerlo. Por convicción y por conveniencia.

Como esto pretende ser una semblanza moral, no entraré a comentar las estupideces de los envidiosos, cuyo rencor por el éxito ajeno les impide ver lo enormemente contradictorio que es mantener la superioridad deportiva de Kimi porque tenía mejor coche. ¡Claro que lo tenía! Por eso tiene más mérito lo que has hecho. Afortunadamente, los campeones saben distinguir a los de su especie.

Fernando, Nano, paisano en cualquier caso, ¡¡Enhorabuena!! Y nuevamente, mis respetos a tu familia, especialmente tus padres, seguramente culpables directos de que seas lo que eres.

martes, 6 de septiembre de 2005

Fernando Alonso, Premio Príncipe de Asturias

Es de sobra conocido que sigo a Fernando Alonso con enorme pasión; esa pasión de corte irracional que muchos individuos sentimos al contemplar determinados eventos deportivos.

A su indiscutible capacidad profesional se une (me consta) su gran calidad humana. Es por ello que coincido con el jurado al considerar que “el guaje” ha conseguido llegar a la cumbre de su especialidad deportiva tras años de grandes sacrificios y renuncias con el único apoyo de su familia en los inicios de su carrera y es hoy un ejemplo para la juventud española y mundial. Además, su trayectoria es la consecuencia de la firme voluntad por el triunfo y pertenece al mundo de los campeones singulares, aquéllos que consiguen abrir nuevos caminos en especialidades de máxima dificultad, lo que le ha convertido ya es un símbolo y en un referente capaz de ilusionar a millones de personas.

Vamos, que con lo escasos que estamos de referentes morales, que alguien en quien se fijan millones de niños y no tan niños reúna estas cualidades es una excelente noticia.

Ahora bien, todo ello no me impide reconocer que, en el terreno meramente deportivo al menos, me temo que Nano no ha alcanzado todavía los méritos que atesoran otros candidatos, como Ángel Nieto o Carlos Sainz, por ejemplo.

Lo que me lleva a una última reflexión. ¿Quién es aquí el premiado? ¿Fernando Alonso o la Fundación Príncipe de Asturias?

Alonso obtendrá muchísima más publicidad y relevancia social cuando se proclame definitivamente Campeón Mundial (esperemos que este próximo fin de semana, para no dilatarlo más), pero dudo que influya en nada este galardón, más allá de en su propio orgullo astur.

Antes al contrario, difícilmente se puede presumir del prestigio de algo que en su vertiente pacifista fue concedido en su momento a una de las mayores piltrafas que en el mundo han sido, el terrorista Arafat.

En resumen, creo que es un premio desprestigiado por sus galardonados, y que en cualquier caso llega demasiado pronto para Fernando Alonso. Pero al menos, no se puede decir que no sea merecido, porque cualidades, tanto deportivas como morales, no le faltan.

En fin, al menos ¿será beneficioso para esta tierra baldía de iniciativas, ideas e ilusiones?

lunes, 5 de septiembre de 2005

Racismo o Ineptitud

Para algunos, la tragedia en el sur de EE.UU. hace aflorar el racismo existente en la sociedad norteamericana.

Y esto es así porque Bush no ha actuado antes para ayudar a las víctimas del huracán Katrina por tratarse, en su mayoría, de negros, y encima, de negros pobres. Con lo que ya tenemos la primera sandez: ¿Es racista la sociedad o lo es Bush? Porque NO es lo mismo.

Pero "mejora" el argumento según se avanza en la lectura. Y es que el number one en poner el dedo en la llaga ha sido... Mr. Moore. ¡Cómo no! El individuo que debería pasar a formar parte de la historia de la infamia por sus continuas manipulaciones, de nuevo al ataque. Según esta piltrafa intelectual, la culpa es de la guerra (¡qué original!) y de la raza de los damnificados. ¿Cómo llega a semejante conclusión? Quien haya visionado alguno de sus documentales lo entenderá sin mayores problemas.

También se une a esta perorata colectivista el onmnipresente reverendo Jesse Jackson, otro personaje que no ve individuos, sino grupos, hasta el punto de pedir que a los negros los ayuden los negros. Incluso culpó también a los medios de comunicación porque, según él, "criminalizan a la gente de Nueva Orleans" al mostrar continuamente imágenes de negros robando y saqueando establecimientos. Vamos, que si uno es negro y está atracando, el mero hecho de mostrarlo demuestra racismo. No me negarán que es un argumento definitivo. Es como cuando nuestros sindicalistas acusan de "enemigos de los trabajadores" a los periodistas que muestran a los "verdaderos defensores" de la oprimida clase obrera coaccionando y atentando contra la libertad y la propiedad ajena de... los trabajadores.

Por no hablar del propio alcalde de Nueva Orleans, Ray Nagin, que evalúa la capacidad según la raza, mientras olvida sus propias responsabilidades, quizás porque él mismo es afroamericano, y ya sabemos que los negros no pueden ser culpables de no ayudar a sus hermanos.

En fin, líderes negros del Congreso, miembros de grupos de presión, miembros del Partido Demócrata...

Y con estos mimbres, el redactor de esta crónica titula que el racismo aflora. Pues va a ser que sí, pero no en el sentido que él pretende hacernos creer.

Por contra, hay quien percibe que el huracán Katrina nos ha mostrado la ineficiencia, torpeza e ineptitud del gobierno.

Este artículo de Carlos Ball merece ser leído en su totalidad. Así sea por el contraste.